Estoy
en casa de mi hermano.
La
tarde se consume con un vino.
Han
votado en la ciudad.
Los
árboles se menean suavemente
mientras
juegan en el pasto los chicos
alarmados
por una avispa
que
revolotea alrededor
sin
más peligro que la imaginación.
Hablamos.
Y
en ese rito de compartir nos fundimos
acordando
y discordando.
Alguien
llama para hacer una cargada.
Yo
no voto.
Pertenezco
a otra localidad.
Una
pequeña, donde se acostumbra a jugar en las plazas.
Donde
nos conocemos.
Miro
a los chicos y agradezco.
Hubo
un tiempo donde veía a mis sobrinos
jugar
en los pasillos de un hotel extranjero
donde
huían por túneles
bajo
las camas
y
se defendían con imaginarias armas.
Pienso
en esa casa -la de mi hermano-
Cuando
era chico recorría esos barrancos
libremente.
Ya
no hay paso.
Y
los pocos que existen son con garitas
identidad
y filiaciones.
Ya
no volveré a pasear por ahí.
Pero
allí también votan.
¿Qué
es lo que votan allí?
Qué
representación se harán de nosotros
que
vivimos al lado
perimetrado por alambres
y
monitoreado cada 50 segundos.
Los
cómputos determinan realidades.
Seguramente
llenaran mares de páginas.
Gargantas
de sabiondos
Inescrupulosos
cruces de argumentos.
Especulaciones
amargas.
Los
chicos corren
y
la mentada avispa los sigue
sin
prisa
con
el zumbido ensordecedor del peligro.
Ya
ha vencido el vencedor.
¿Qué
representación se hará de nosotros?
Habrá
jugado siempre sobre superficies controladas
sabrá
lo que es la casa sin terminar
las
zapatillas rotas
la
angustia de no llegar a fin de mes
La
salud de la señora del quiosco
La
artrosis de Don Pedro
La
chata fundida del Guille.
Se
ha calmado el viento.
Yo
no sabría a quién votar.
Esa
ciudad se ha vuelto distante y extranjera.
Nadie
te conoce
y
tampoco se molesta en conocerte.
Cada
uno se refugia tras los muros
Con
barrotes
Con
alarmas
Con
perros
Y
lo peor con pistolas.
En
la radio me dicen cómo pensar.
El
viento entra por el vidrio
y
se va como ha entrado.
Recuerdo
al viento
que
trae y lleva
como
un gran cartero las noticias.
Al
menos sobre esta carretera
puedo
llegar hasta mi casa
y
revivir la alegría de un encuentro.
Mañana
veré
como
sigue este trazado.
Pienso
en los vencedores
y
en cuantas cosas se habrán perdido.
Seguramente
la avispa andará traspasando alambres
sembrando
pánico en una ciudad extrajera.
Gonzalo Vaca Narvaja